Ilustrando con el caso de México, voy a invitarles a considerar la formación estatal como un proceso con muchas interrupciones y cambios de rumbo que implican transformaciones mutuas entre el Estado y diferentes poblaciones y organizaciones en la sociedad. Esto va en contra de cómo se ha entendido la historia postrevolucionaria de México hasta el 2000, como algo sumamente estable sin cambios mayores.
Vamos a procurar dividir la historia de México entre distintos periodos 1) cuyos límites no sean arbitrarios; 2) que no representen bloques estáticos donde nada cambia; y 3) que permitan que los cambios de rumbo no nos tomen por sorpresa (por lo menos no del todo). En términos más abstractos, tanto la estabilidad como el cambio en el Estado en sus relaciones con la sociedad, particularmente con otros actores institucionales, deben poder verse como el producto de principios dinámicos que se construyen históricamente.